sábado, octubre 27, 2012

De Madrid al cielo




Naranjito de Vallecas

Los que lleven mucho tiempo leyéndome sabrán mi obsesión por mirar “parriba”. Como he explicado muchísimas veces muchas de esas decisiones que me han hecho ser quien soy han sido tomadas mirando el cielo veraniego de la noche. Aunque también miro en lontananza, no crean, vaya ser que por allí es por donde venga el fin del mundo. Estos días están siendo de un constante mirar al firmamento, pues ora llueve ora hace sol, un follón importante, si tenemos en cuenta que como ya he dicho alguna que otra vez -repito y repito- no me he venido a la capital precisamente preparado para la próxima glaciación. Pero bueno, en un momento muy acertado, el día antes de irme de casa -de mi verdadera casa, vaya- mi hermana María José me dio un paraguas de propaganda que cabe en cualquier sitio. Es de un cocedero de mariscos. Al ser de los colores de una gamba hervida radiactiva (naranja fosforito) y con remates en plata, es un doble escudo. Me protege de la lluvia y de los autobuses. Andar con lluvia es un coñazo, qué les voy a contar yo. No es como los lánguidos paseos al atardecer que daba por la ribera de mi río natal. No es que me disguste la lluvia, pero es que acabas con los pantalones hechos una sopa, y claro, al ser voluminoso todo mi yo, el codo del brazo que no coge el paraguas acaba como el fondo del cajón de la fruta de un mal frigorífico. Y es que estás deseando de llegar a casa.
Mirando y mirando veo cosas. Lástima que se me haya quitado la buena costumbre de llevar la cámara encima siempre. Pero es otro engorro, si ya voy con el bolso este -muy viril ¿eh?- donde llevo la libreta de anillas del máster, el cuaderno, la pluma, el teléfono -aquí casi siempre lo llevo- y otros útiles como pañuelos, Fortasec, Antalgin e incluso un libro. Miro muchas cosas nuevas, que se van haciendo cotidianas a fuerza de los días: pero claro, el cielo es siempre distinto. El cielo de Madrid, de día, no es muy distinto a otros cielos. De noche, tiene esa pátina anaranjada que todas las urbes producen, que apenas dejan ver una miserable estrella. También hay que mirar por las ventanas. Lavando los cacharros el segundo día que estuve aquí, descubrí que se veía Torrespaña desde mi cocina. Y bueno, hasta hoy no le he echado foto. La estampa no deja de ser un poco rara... tiene un aire soviético. Ramplonas tejas con una agudísima aguja que apunta desde Madrid al cielo. Con sus parabólicas y su forma de ovni. La vida es extraña. Recuerdo el año 1989, la primera vez que vine a la Villa y Corte, y cuando vi recortada la silueta del Pirulí, al atardecer, como hoy, fue un momento impactante. Nunca había visto algo tan importante. Había visto la Mezquita, la Alhambra, la Giralda y otras minucias sin importancia, pero no el sitio de donde salía la tele. Después, en la típica ruta autobusera y turística vimos su gran envergadura. Creo que no he vuelto a verla de cerca.


Pero bueno, mejor que me meta ya en la cama y vea otros cielos menos reales, pero quizás más felices.
Pronto más. Aquí en LA CIUDAD NO ES PARA MÍ

miércoles, octubre 24, 2012

Tres de la Cruz Roja



Cuando estás lejos del hogar, ponerte malo siempre es un engorro, aunque he de confesar que como todo lo que me está sucediendo desde que me vine a vivir a la capital, me lo estoy tomando con filosofía. Con filosofía estoica, para ser precisos. Supongo que si Los 3 de la Cruz Roja me tuviesen que sanar me habrían liado en una venda y llenado de yodo. Y total, lo que tengo son mocos y asobine. Como ya tengo más tiros pegaos que el trabuco de Curro Jiménez, hago lo que todo buen español que se vista por los pies hace. Pasar de ir al médico y automedicarse tan ricamente. Como me dio el domingo mi compañero de piso Serafín, me dio Paracetamol de 1 gr. La cosa se calmó, pero no tanto. Pasé una tarde regular ayer; en clase las cosas se desdoblaban y solapaban. Como culmen tuve ese examen tan cuqui del que les hablaba, como guinda del pastel mohoso. Lo hice bien, creo, pero no crean que no me afectó la cosa esta del resfriado. Cuando llegué a casa busqué una farmacia de 24 horas para encontrar la piedra angular de todo suculento autopiruleo: el Frenadol. Parece ser, según me dice La Gata Chundarata que no es bueno mezclarlo con las pastillas de los nervios, pero a mí siempre me ha dado un sueñecillo muy relajante. De hecho, esta noche he dormido sin despertarme nada, y soñando poco (bueno, recordando poco del sueño). Y he echado siestaca mañanera. Un placer y un lujo en los tiempos que corren.

Yo amputaría, dice Tony.
El pobre no parece tan malo, replica Manolo
Uffff... es lo único capaz de articular José Luis
Hoy tenía que salir antes de casa, y un poco más y me pilla el toro. Hemos ido de excursión a una imprenta muy grande, gigante y la verdad es que cuando llegué estaba más aturdido que cuando salí. Sería los principios activos frenadolíticos actuando en mi cuerpo serrano. Eso no ha evitado, no obstante, que saliendo debajo del foso de una máquina de offset gigante me haya pegado un cabezazo con dicho artefacto. Me ha salido un chichón y he pasado vergüenza. Uno no tiene la culpa de ser alto, pero sí despistado.
Ahora ya me he tomado el dichoso sobre, y espero a que me entre la soñarrera. Por cierto, eso de preguntarle al farmacéutico que ponen en los anuncios es como poco fraudulento. El sábado, cuando fui a casa de Hugo y Ángel me llegué a una y me metieron un medicamento con supuesto sabor a naranja (a naranjas de esas secas, parece ser) que se llamaba Frenagar y que bien poco me hizo. Yo lo cogí por su semejanza al la caja del Frenadol. Eran pastillas chupadas y eso poco hace... incluso las famosas Hibitane. Después ayer, un mozo calvo que me atendió no supo responderme a si lo más fuerte que tenían era el Frenadol complex. ¡Qué estafa de si tenemos alguna duda consultelo al profesional de la farmacia! Mi abuelo, que en paz descanse, mozo de farmacia durante 6 décadas, si que sabía aconsejarte. Y si no, hacía una fórmula magistral. Hoy en día es como un súper, jolines. En todo se pierde la magia. 

Los yogures y los muñequines que no falten.
Bueno, ya no les aburro más. Estar enfermo es feo, pero si cuidan de ti, como que mejor. Es lo malo de la soledad. Pero si se cuida uno, pues tampoco está mal.
Yo voy a ir cuidándome, por lo que pueda pasar.
Pronto, más cosas, tan intranscendentes o más que estas, aquí, en LA CIUDAD NO ES PARA MÍ.

domingo, octubre 21, 2012

Fin de semana


(Ocurrido los días 19, 20 y 21 de Octubre de 2012)


La tarde del domingo se vuelve más tediosa a medida de que el sol nublado se oculta ya por las lineas rectilíneas de la ciudad. Acabo de acabar de estudiar en una sesión maratoniana desde esta mañana. Y yo que me escapé de los estudios para no hacer exámenes. ¡Valiente listo estoy hecho! Mi primer fin de semana completo en la capital toca a su fin. El terminar amargoso y gripal no empaña las buenas sensaciones. 


El Milford, un lugar distinguido para gente distinguida
El viernes por la tarde me di cuenta de que hacía frío. En mi aturullado viaje para instalarme no hay ninguna chaqueta o abrigo para ponerme. Pensé entonces en ir a un Decathlon, porque las cosas son baratas y hay cosas de mi talla. Había quedado con Ramón a las 9, en la puerta del McDonald´s de Montera. Me fui un poco antes y sin marearme demasiado por esos laberínticos pasillos del Metro me planté en la Castellana. Debería hacer caso a los comentarios de la gente en internet. Era un tienda dedicada al golf (eso ya lo sabía) pero es que el caso es que no es que no tuvieran lo que buscaba, sino que mi talla no figura en los estándares de los jugadores de golf, parece ser. Yo sólo quería un humilde chubasquero de guerrilla. En fin. En un alarde de no equivocarme en los trasbordos y de rapidez, conseguí llegar a tiempo a mi cita con Ramón. Ramón es un viejo amigo de los blogs. Al principio fuimos “enemigos” y después, debido a gustos comunes y sensibilidades semejantes ante lo dandee y lo victoriano, llegamos a ser hermanos de pluma. Como le había comentado que quería un sitio rancio, me llevó a un sitio que no me acuerdo como se llama, pero que estaba bien. Música ratonera, menos cuando llegaron unos jevis, que cambiaron de palo. A nosotros, plim. Saboreábamos las bravas y charlábamos de nuestras cosas. Tuve que pedir una ración de ensaladilla porque estaba “esmayao” y el Ramón sólo comió pan. La primera vez que nos citamos para conocernos lo hicimos en el simpar Milford, un sitio increíble en los que ejecutivos con traje bebían gin tonics exóticos en copas de balón.La viejas enjoyadas, cortadas por el patrón de Carmen Franco, tomaban café. Era un sitio extraño y maravilloso. Estábamos fuera de lugar, sin duda, pero nadie nos miró con cara rara. Muy al contrario de donde fuimos después de la ensaladilla. Tampoco recuerdo como se llama, pero era un sitio anclado en el tiempo. En 1987, concretamente, con mesa de billar americano, olor a meados y baldosines rotos con asientos de eskay repujado. Sonaba Kiss Tv a todo trapo. El sitio no estaba mal del todo. Pero a través de amistades comunes de Ramón, coincidimos con un señor muy moderno, que se dignó a dirigirnos la palabra, incluso se atrevió a hacer especulaciones sobre si éramos hermanos. Cuando llegaron la gente que esperaba, nos miraron de una forma rara. Nosotros, como es costumbre hablábamos de paleontología y esas cosas, y los tipos estos nos compadecían. ¿Cómo se puede ser tan rancio? -se preguntarían-. Los hipsters estos de baratillo sólo creen en lo vintage, no en lo antiguo. Allá ellos. Luego fuimos paseando hasta Atocha, donde cogí el metro para volver a casa. El triásico, las glaciaciones y Werner Herzog fueron tratados con ligereza, aunque no faltando a la verdad.
Por la mañana ordené y limpié mi habitación. Los días anteriores había estado ocupado escribiendo esto. Después me cogí el Metro para llegar a la KDD del Club Luchana. 

Tinín con sus regalos y sus amigos
Niño Murga, que es hijo mío, y es un muñeco de goma, para celebrar que habíamos llegado a Madrid, puso un evento en internet. Como es nuevo en estas cosas, pues no pudo poner de acuerdo a la gente demasiado bien, y encima el tiempo era chungo. Para salvar la situación Ángel y Hugo tuvieron la idea de celebrar el cumpleaños de Tinín, un rubio, también de goma, que bien podía haberse llamado Oskar Matzerath, pues tiene siempre tres años y toca el tambor. Además es un poco cabrón también. Pues allí quedamos, pues, en la casa de los padres de Tinín. La cosa estuvo muy bien, una quedada luchanera en toda regla. Fuimos llegando con cuentagotas, es igual nos fuimos yendo. Hablamos de cosas muy importantes, como el bidé, la relación que teníamos los unos con los otros, y los muñequines con otros muñequines... incluso se hablo de muñequines con personas. ¡Una cosa muy rara! Acudimos Cristina con Moroco Coco, yo con Niño y Ansiolina. Tinin esperaba regalos. Después llegaron Ana Nieto y su compañera de piso Gabriela. También Elena. Al final y procedentes de una boda, Jimina y Enrique. Esta vez B.b. Raro se quedó en casa.
Están todos lo que son pero no están todos los que están. Si, es un lío
(Foto: Ana Nieto)

Casi que nos habíamos comido todo los gañanes que estábamos desde el principio, así que los anfitriones pusieron una pizza al socarrat, y vimos unos youtubes proyectados en la pared que parecía un cine, nen. Ya iba tocado del ala y no sé si parecí autista por momentos. Todos fueron divertidos, pero uno que no había visto y que me gusto bastante fue este, en el que nos enteramos porque PabloVázquez es tan malo con Usu Ario. Lo malo es que me dolía la garganta y la nariz ya me moqueaba un poco y no podía reírme sin parecer Patán, el perro de Pierre Nodoyuna.

¿Cine Club Verona?

Cuando he despertado esta mañana la cabeza hacía runrún y me dolían un poco las articulaciones... aún así he seguido con mi tarea de hacer un resumen claro y diáfano del primer tema del Máster. Me he tirado más de cuatro horas mirando y repasando, y entre la poca costumbre y la enfermedad incipiente, me hallo hecho cisco. Pero bueno, benditas sean las clases por la tarde, aunque mañana... ¡haya examen! Creo que me moriré pasando exámenes. No me libro de ellos, pero eso es ya otra historia. 
Pronto más en LA CIUDAD NO ES PARA MÍ, un irregular blog de Mameluco.

domingo, octubre 14, 2012

El Extraño Viaje



Todo es extraño. Mañana me levantaré, me ducharé, pues soy un mameluco muy aseado, me vestiré y partiré hacía la nueva vida. Estoy tan exhausto tras unos días de vorágine en mi querida imprenta que los nervios se resiente en una gama muy baja del espectro de mis neuronas. Es como un ruido de fondo, un run rún, un come come underground, que hace que mis tripas resoplen como Moby Dick, pero mi cabeza está tan adormilada que no doy pie con bola. Pero es extraño, redundo. Me imaginé que saldría de aquí, para un destino con las oposiciones a secundaria aprobadas, y nada más lejos de la realidad. Voy a formarme de nuevo, como un párvulo, beberé de los nuevos saberes sobre colores y papeles, de máquinas quasimágicas y de olor a tinta. Nueva convivencia. Nuevas rutinas. Uff.

Llevo mis medicinas, no se crean, como Jesús Franco es esta simpática escena.
Sinceramente espero que no acabe como la peli del título de este post. Será un extraño viaje, pero no acabará en Mazarrón, sino en Vallecas; reitero mi deseo de no terminar como Tota Alba en dicha película. No espoileo más. Esta miniatura es para decirles que sigo vivo, medio coleando y asustado, pero ilusionado ante esta nueva perspectiva. Y no escribo más, además, porque le debo un artículo a Fernando y hasta que no se lo entregue, convenientemente ilustrado, no estaré del todo tranquilo.

Parto, si. No tendré ordenador en unos días, pero creo que podré sobrevivir. Si no, pulularé por web cafés y locutorios alóctonos de la manera más tonta.

No crean que me he olvidado del post  luchanero y del de mi hospedero especial en Torrejón City, pero es que no ha habido tiempo, debido a esto.

Próximamente pues MÁS. Aquí, en este humilde blog de viajes corticos.

No es ligero el equipaje

martes, octubre 02, 2012

El Pisito (y II)

(Ocurrido el 24 de septiembre de 2012)

Todo fue tan rápido que si no fuera por la ansiedad que desapareció en un flash, no me hubiese dado cuenta. Llegué a Madrid con los deberes hechos. Uno es precavido y metódico cuando las circunstancias lo requieren. Recopile varios anuncios de pisos en idealista.com por los barrios vallecanos (Numancia, Portazgo y Entrevías) e incluso por Moratalaz, del perímetro de donde voy a pasar unas cuatrocientas y pico horas los próximos meses (el ITGT). Lo primero que hice al llegar a Torrejón (de esta aventura ya hablaré otro día) es comprar uno de esos periódicos que tan gordos eran durante la maldita burbuja inmobiliaria. Creo que era el Segunda Mano. ¡Vaya mierda de publicación! ¡Qué 2,65 euros más mal gastados! Creo que revisando las hojas populacheras y pornográficamente consumistas del libelo por palabras, sólo conseguí un humilde número de teléfono, que los acontecimientos posteriores harían más inútil que un billete del Monopoly en un bazar chino. Mezclaban pisos de Barcelona y Valencia, aparte de los autóctonos, con lo que era un jaleo mirar las zonas. Llamé a varios números de gratis gracias a Rubén, mi hospedero ocasional. No me lo cogían. Mi capa de ansiedad más externa hacía gráficas, como un terremoto de 7.9 en un sismógrafo. Al final, alguien al otro lado contestó. Me instaba a ver el piso en poco tiempo –dentro de una hora, mejor hora y media-. Las coordenadas espaciotemporales se hacen chicle cósmico con eso de coger Cercanías y metros. Mi primer punto de referencia es que tenía que salir por los impares de Avda. de la Albufera, en la parada de Puente de Vallecas. Para mí, como si me dicen que tengo que coger el dirigible de las ocho y cuarto para Zanzíbar, o sea, no me imagino los sitios inexplorados; prefiero no hacerlo, por si al final la vida me da sopa con ondas.  Allí me planté. 

Entonces me dice usted, señora anciana acostada, que la fianza y octubre son 30 duros.
¿Dónde tengo que firmar?

Nervioso, miraba lo que me rodeaba, como si un espíritu me poseyera y estuviera fuera de mi cuerpo. Al igual que se me atonta el cerebro, en estas situaciones, los sentidos se agudizan, y veía con gran nitidez los árboles de los lados, las terrazas y la gente que paseaba por la amplia calle, que no tenía final. Oía el runrún de los coches y los acentos extranjeros de una casa de apuestas. Como soy así, llegué antes a mi destino, pero como soy puntual, esperé unos minutos en un banco, sentado, mirando un plano de Madrid. Moderno paleto con papel doblado en innumerables pliegues rectangulares. Si hubiese sido un lugar peligroso, todos los ladrones de la zona hubiesen venido a robarme. Al final llamé al telefonillo. “Soy el que busca piso” dije. Ñiiiiiiiii. La puerta se abrió. Un pasillo largo, con la puerta de una joyería me esperaba. Al final, un rellano renovado, pero con sabor añejo. ¡Sin ascensor! “Eso no parará mis pies cansados” –pensé-. Una luz entreverada de nubes y sol entraba en la escalera, que tiene un suelo moderno, pero unas puertas realmente bonitas y clásicas de la capital que existe en mi imaginación. Un tercero. Mi vida sana de los últimos meses no hace mella en mi resuello. Llamo, me abren. El piso estaba bien, es el primero que veo. El ambiente es tranquilo, parece ser. Habitación bien, cama grande. Hay una terraza en la puerta francesa. ¡Ya! No le doy más vueltas. Normalmente le doy vueltas a todo, pero en esto me dejo llevar por mi instinto. La mayoría de las veces –pocas, escasas- que lo uso han dado resultados satisfactorios. Llegué y fue besar el santo. Muchos me tacharan de “jambreagüilla” –uno que lo quiere todo ya, en dialecto castreño-, pero bueno, lo que piensen en este sentido, como comprenderán, me la trae bastante al fresco. 
Y ya. Ahora queda lo difícil. La costumbre. Hacerme a un nuevo ambiente, a unos nuevos olores, a unas nuevas texturas. Colores, trazos, humores. ¡Cuarto de baño! Lo último en realidad es lo más importante, pues mis tripas son muy reticentes a la novedad, como tantos dolientes de vientre nervioso. 
El próximo día 14 aterrizo.

Esta es la Avenida donde voy a vivir, en un Domingo de Ramos. Parece que  la foto no es reciente. Lástima.

Ya iré contando las sensaciones y estúpidas reflexiones que de todo esto puede salir. Al menos tendré wifi para contárselo.

Ya mismo: la adopción de Mosquita y esas cosas luchaneras que yo hago.
Aquí, en LA CIUDAD NO ES PARA MÍ.